La salvación emerge. Suele llegar cuando uno menos lo espera, de la manera más inesperada, cuando parece ser más necesario; corrompe con su oscuridad trastornando lo que parecía reivindicarse. Es un renacimiento que nos regresa a la anterior sepultura, y advertimos que también es la causa de nuestra efímera decadencia:redención que se torna condena. ¿Cómo expulsarnos del edén infernal en el que ahora nos encontramos suspendidos?

Nos abstraemos extasiados hacia lo indefinido, oscilamos instintivamente para reanudar lo que quedó inconcluso. La oscuridad nos ilumina apaciblemente mientras el dolor se transmuta en sedante. Ahora parece que las dimensiones del tiempo se alteran conforme ahondamos en el abismo que es nuestra resolución, levitamos dentro de un letárgico silencio que se vuelve eterno, a través del cual comenzamos a comunicarnos, un mutismo más explícito que las propias palabras. En cualquier momento el sonido nos fulmina, nuestras pupilas se contraen al abrir los ojos, la naciente luz sustituye a la penumbra, revelando el caos externo a la propia redención.

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