Llorar durante el viaje, en medio de una ciudad que no pertenece ni a sí misma, como una historia que ha dejado de contarse. Los rostros te miran en su vacuidad como si desconocieran las palabras y sus pupilas de lengua lamen todo lo que miran. Tú no quieres ser parte de eso, pero lo eres. También observas y también lames. Y todos escurrimos como flores desperdiciadas en el árbol más lejano del camino.

La luz se tiñe de malva a estas horas. La hora de la soledad, la edad del vacío, la llaga que se enciende debajo de la piel de la memoria. Ahora comprendo que nada puede abandonarse, todo parece una condena. Por eso sueño con un vuelo imposible que no conozca de despedidas ni de regresos; y me pregunto si surgimos de la casualidad o de alguna metáfora, si las palabras bastan cuando no se pronuncian, si el cielo que sus ojos iluminaban volverá a ser el mismo.

La búsqueda es un retorno, el encuentro es el camino que promete el infinito, entonces la mirada se dilata en el horizonte y los pies parecen hundirse en la tierra. Las palabras más tristes que pronunciaste habitan en el borde de mis dedos. Tu mano en mi mano como una palabra inventada hace tiempo, como el único lenguaje cognoscible. Tu cuerpo sin aroma dibujándose a mi lado, mientras tu boca recrea un pasado en voces donde no existí. 

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