No recuerdo
haber escuchado palabras que reflejaran algún sentimiento dentro de mi núcleo
familiar después de haber cumplido los seis o siete años. Un “te quiero” o un “te
amo” no eran algo frecuente entre nosotros, era más bien algo inusual o hasta
inexistente. Al pasar de los años, después de convivir con las familias de mis
amigos cercanos, descubrí que quizás la mía era una excepción extraña, en la
que sólo había besos de saludo y despedida, en la que los abrazos no existían
y uno sólo podía llorar a solas, en silencio. Comprendí entonces que mi familia era
diferente, aprendí a ser distante y ensimismarme en mis propios pensamientos.
Pasaron
casi veinte años para que pudiera decirle “te quiero” a mi madre de nuevo. Esto
sucedió casi después de haber encontrado un departamento que poder rentar para
al fin mudarme. Aún recuerdo aquellos primeros meses de independencia: ella me
llamaba casi todas las noches, pero yo jamás contestaba; también me mandaba
mensajes por WhatsApp durante el día para asegurarse que todo estuviera bien,
mensajes que yo respondía uno o dos días después, con cierta culpa. Ahora no me
es tan complicado de entender. Evasión, negación, rechazo: el mecanismo de
defensa conocido al recibir alguna forma de afecto.
Después de
algún tiempo lo comprendí: como familia, sólo nos teníamos la una a la
otra, más allá de mi padre y mi hermano. Comprendí que la complicidad forjada durante los
últimos años era el vínculo más importante que podría tener con alguien. Y que,
a pesar de las circunstancias, mi madre nunca había dejado de ser mi sostén,
siempre dispuesta a escuchar y guiarme. ¿Por qué no habría de decirle que la
amaba? Quizás el miedo a ser vulnerable, a demostrar ser humano en un entorno
que me hacía pretender no necesitar de ello. Aun así, me tomó algunos días
llenarme de valor y decírselo. Y a solas, al fin sentirme capaz de amar sin
miedo a expresarlo.
El día de
ayer murió mi abuela, la madre de mi madre, a unos días de cumplir noventa
años. Tenía tiempo sin verla. Los últimos años evitaba visitarla y confirmar que la
realidad fuera tan distinta a como la recordaba cuando yo era una niña. Mi
abuela siempre fue una mujer fuerte, vigorosa e independiente; me gustaba
escucharla hablar durante la sobremesa, contar alguna anécdota sobre mis tíos o
sobre su juventud y ver a todos reír alrededor. Recuerdo también que además de
tener siempre algún tema de conversación, mi abuela era una constante lectora,
siempre había libros en el buró de su habitación y cuando nos visitaba, nos
regalaba algún libro a mi hermano y a mí. Mi abuela era querida y respetada por
muchas personas, al igual que mi abuelo. Siempre me sentí orgullosa de ella, de
ser su nieta, y si alguna vez platicaba con alguien sobre ella, me refería a mi
abuela como la mujer más inteligente, elegante y culta que hubiera conocido. Aún
no soporto el recuerdo de las últimas veces que la vi, la idea de que al final
su memoria se hubiera desvanecido y su noción del tiempo fuera confusa, que al
verme no me reconociera, y que la mayor parte del tiempo, permaneciera en
silencio.
Ahora me duele no poder abrazar a mi madre porque no puedo imaginar mayor dolor que su ausencia. Quisiera estar con ella en estos momentos, acompañar su duelo en silencio. Ahora soy yo quien le manda mensajes de WhatsApp durante el día, para asegurarme que todo esté bien. Quizás en el fondo soy yo quien necesita su abrazo y escucharla decir que todo estará bien, decirle que la amo porque ahora me invade el miedo de no haberlo dicho lo suficiente y no saber cuándo será la última vez que pueda hacerlo. Me duele también no haber abrazado a mi abuela por última vez, jamás haberle dicho "te quiero" o agradecerle por sus cuidados y su presencia constante en nuestras vidas. Es el dolor de ésta realidad sin fecha de caducidad, la incertidumbre de perder a quienes amo, el vacío de las palabras no pronunciadas y los abrazos que jamás existieron. El miedo a que el tiempo nos venza y un día, como ayer, sea demasiado tarde.
Siempre es importante hacer las cosas en el momento y expresar los sentimientos. A mí se me hizo tarde y me quedé con el beso, el abrazo y el te quiero suspendido.
ResponderEliminarLa Psic colocó mi familia como fría, porque no expresaban sus sentimientos y yo no sabía hacerlo o no sabía si hacerlo, pero siempre estuvieron y fueron base de mis cimientos.
Abrazo fuerte