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Mostrando entradas de marzo, 2013
Existe un coágulo entre ellos que tiende a disolverse por las noches cuando las aves fluctúan en sus voces transmutando en palabras pronunciadas al azar. Flashes infinitos. Ojos eternos que no dejan de mirarse a través del papel. Se desnudan ante una cámara a escala que reduce su visión milimétricamente y no es posible observar más allá de una porción de sus cuerpos. Esa es la medida del deseo que desean: medio centímetro de piel que permanece oculto fuera de la lente configurando sus sentidos en una totalidad relativa. Oleadas ínfimas de vértigo. Párpados como nubes cubriendo al sol. Un lenguaje estructurado levemente por imágenes que juegan a ser inasequibles y representan la posibilidad de dividirse el uno frente al otro mientras se entrelazan geométricamente a través de un artificio imperceptible. 
Mis ojos se saturan en la arista celeste donde se triangula el sol como un punto de fuga en el que la luz permea gradualmente la tierra. He numerado cada amanecer de humo rosáceo desde hace tiempo mientras cada instantánea suya palpa los bordes de mis venas sin desvanecerse completamente. Ahora todo parece un resplandor que renace una y otra vez dentro de un universo configurado sin sentido.  [la primavera es sólo un pretexto para la sinestesia]
la práctica humana que define lo determinante y lo determinado converge en los huesos en la piel en la sangre en lo universal donde nacen las particularidades cuando pronuncias mi nombre y la identidad se desata durante ese instante en el que creo [re]existir

Sobre el furor divino

" [...] En efecto, al recobrar por la forma de la belleza que los ojos ofrecen un cierto recuerdo de la belleza verdadera e inteligible, la deseamos con un inefable y oculto ardor de la mente. A este ardor, en fin, Platón acostumbra llamarlo amor divino, definiendo la elevación a partir del aspecto de la semejanza corpórea como deseo de volver a contemplar de nuevo la belleza divina. Después de esto es inevitable que el que así es impresionado, no sólo ansíe aquella belleza superior, sino que también sienta deleite por el aspecto de aquélla que se le ofrece claramente a los ojos. De esta forma, pues, ha sido regulado por la naturaleza, de manera que quien apetece algo, también sea deleitado por la belleza de aquello. Pero piensa Platón que es propio de un ingenio más rudo y de la corrupción de la naturaleza el hecho de que alguno llegue a desear solamente las sombras de aquella verdadera naturaleza, y no admire nada más fuera de aquella apariencia que se ofrece a los ojos. S